Aquellas olas, de azar e incertidumbre me arrastraron hacia ti, y yo sin saber que decir o en que creer, solo me vinieron dos palabras a mi mente, azar y destino, pero ambas me inundaron de incómodos silencios provocados por la impotencia de establecer el sentido a mis emociones, se volvieron lo que siempre han sido…la nada. Y entonces sentado en la luna, como un niño enamorado y temeroso, mirándote y fingiendo no verte, supe que quería estar a tu lado, para encontrarte y reinventarte a diario, para amarte y temerte, desvanecerte y desvanecerme en algo donde el yo y tu se diluyan en eso que llamamos vulgarmente amor, sin intentar crear algo que me sobreviva mas allá de la muerte, intento tan sólo iniciar algo que pueda ser llamado nosotros, que no es otra cosa que yo y tu en un solo camino y un solo horizonte.
Déjame tomarte de la mano y sentir el fluir de tu ser en cada centímetro de piel que mis dedos llenan de imperceptibles e incontables caricias y versos.
Cada una de estas palabras son vida y muerte, dolor y placer, pero lo que todas comparten es su ineficacia para expresar lo que siento ahora, en este mi presente. Y sin tener tiempo de pensarlo siquiera aparece esa sonrisa dibujada en mí rostro, que no es más que la manifestación de lo que ahora le pertenece, ese algo a lo que llamaba mí ser, es después de todo lo que le he entregado. No sé si ella lo sepa, lo imagine o lo sienta, pero ese pétalo balanceándose hacia el suelo no es mas que mi deseo de que ella guarde mi rostro en sus recuerdos, mientras yo guardo su sonrisa... en mi corazón.