El tiempo se consume, como el
fuego al bosque, haciéndolo arder hasta que solo quedan cenizas, como el viento
que seca las lágrimas en esas largas caminatas nocturnas, como la soledad que amenaza con terminar con nuestras esperanzas y sueños.
Muchas han sido las lunas que he mirado hasta quedarme dormido, muchas más las
estrellas que he contado en el cielo, pero el día en que me enamore de ti, me
sentí indefenso y desnudo, asombrado y temeroso. Mi piel, como el místico lagarto que repta sobre la maleza, se transformó de
una harapienta figura decorada de oxidadas máscaras, en una platina armadura de
cristal digna del fiero guardián.
Por eso 2 horas se diluyen en 120 minutos y éstos
gotean despacito 7200 veces frente a nosotros, sin siquiera poder algo al
respecto. La historia la conoces de pies a cabeza, de atrás hacia delante y
viceversa. La he contado más de un millón de veces, conocemos cada situación,
cada reacción, cada dialogo de este mítico relato; pero al final me doy cuenta que
naufrago, intoxicado entre laberinticos caminos que transforman, esa nuestra
historia, en un violento caudal carmesí de emociones y recuerdos, causa y
efecto de este nuestro presente.
Las palabras no me sirven ahora,
las escribo una y otra vez y más me confunden. Me hacen sentir incomodo e
impotente. Por eso guardo silencio y te miro profundamente, por eso sonrió
mientras mis ojos se humedecen. Por eso mis
manos, que ahora son tuyas, se han
trasformado en plumilla y tu piel en lienzo en donde cuento nuestras historias.
Por eso, amor mío, si pones atención te
darás cuenta que mis caricias son versos escondidos en el silencio, mis miradas
llenas de lágrimas son letanías que resguardan y embelesan nuestro caminar
sobre este mundo.